Esta mañana empiezo a caminar lentamente, no se bien porqué, me duele el brazo derecho de llevar el palo, la cintura, las piernas, los pies, pero eso es ya habitual, voy despacito, mirando a los peregrinos que me pasan y me saludan con el habitual "buen camino". Me fijo en ellos. Cuando van juntos grupos de personas de 6 ó 7, suelen llevar la misma camiseta todos, con los nombres de la ciudad de donde parten y algún slogan de xacobeo 2010. Lo que más me he encontrado son parejas o varias amigas, jovenes. Los solitarios también son muchos, suelen llevar paso rápido y grandes mochilas. También se reconoce fácilmente quién lleva mucho tiempo andando o quién acaba de empezar. El color de la ropa, su forma de caminar y redes de ropa colgando de la mochila les delatan. Los que hacen el recorrido entero, como puede ser el francés, que se tarda un mes más o menos, pues a estas alturas se sabe muy bien que vienen de lejos nada más verlos, lo reflejan en sus movimientos, esa seguridad al andar, ese paso firme, no se bien, pero pienso que sus vidas han cambiado con esta experiencia.
Lo bonito es la cordialidad, la palabra amable al pasar, las ganas de hablar que llevamos todos, se tienen conversaciones pequeñas, mientras se camina al lado, pero muy curiosas, cada uno de una provincia,con sus cosas, aunque la Tierra tira, me da mucha alegría cuando oigo acento del sur, incluso a una familia que la oía de lejos me paré a esperarles, sabia por su forma de hablar que eran de Málaga como yo y estuvimos un ratito hablando, me decía el hombre que no sabia que hacia allí con lo bien que se estaba tumbado en la playa. Recuerdo una vez que me pare en una sombra a beber al lado de una chica francesa, vio que me había terminado mi botella y sacó una pequeña de su mochila entregándomela, con señas me dijo que me la quedara, que ella se quedaba allí, ese día ya no andaría más y a mi me quedaba mucho hasta mi meta. No la volví a ver, no la conocía, pero me dio su botella sin pedirsela. Así es el camino.
Y metida en mis pensamientos empiezo a oír a los que me pasan que quieren llegar ese día a Santiago porque al día siguiente habían anunciado lluvias. Quedan 35 km a Santiago, mucho para un día pienso yo, pero está muy nublado, se camina muy bien así, sin tanto calor. Pensábamos dividir esta etapa en dos pero la idea de perderme la entrada a Santiago por la lluvia empezaba a atormentarme. Un hombre acompañado de dos niños me adelanta y me comenta que para las 7 quiere estar en Santiago, pero que claro, que a su paso, que al mio no. Esto me descoloca y paramos en un bar donde compartimos mesa con una mujer y su hija de 15 años. Nos habla animosa de que el final se acerca, de lo bien que lo han pasado, ella asegura que la lluvia no le va a estropear la llegada. Se marcha con su hija y me quedo comiendome mi bocadillo. En eso que miro al mostrador y la parte de abajo está llena de pintadas, personas que ponen frases de ánimo para los que pasan, dibujitos de peregrinos, muestras de cariño para los que saben que vienen detrás.
Lo bonito es la cordialidad, la palabra amable al pasar, las ganas de hablar que llevamos todos, se tienen conversaciones pequeñas, mientras se camina al lado, pero muy curiosas, cada uno de una provincia,con sus cosas, aunque la Tierra tira, me da mucha alegría cuando oigo acento del sur, incluso a una familia que la oía de lejos me paré a esperarles, sabia por su forma de hablar que eran de Málaga como yo y estuvimos un ratito hablando, me decía el hombre que no sabia que hacia allí con lo bien que se estaba tumbado en la playa. Recuerdo una vez que me pare en una sombra a beber al lado de una chica francesa, vio que me había terminado mi botella y sacó una pequeña de su mochila entregándomela, con señas me dijo que me la quedara, que ella se quedaba allí, ese día ya no andaría más y a mi me quedaba mucho hasta mi meta. No la volví a ver, no la conocía, pero me dio su botella sin pedirsela. Así es el camino.
Y metida en mis pensamientos empiezo a oír a los que me pasan que quieren llegar ese día a Santiago porque al día siguiente habían anunciado lluvias. Quedan 35 km a Santiago, mucho para un día pienso yo, pero está muy nublado, se camina muy bien así, sin tanto calor. Pensábamos dividir esta etapa en dos pero la idea de perderme la entrada a Santiago por la lluvia empezaba a atormentarme. Un hombre acompañado de dos niños me adelanta y me comenta que para las 7 quiere estar en Santiago, pero que claro, que a su paso, que al mio no. Esto me descoloca y paramos en un bar donde compartimos mesa con una mujer y su hija de 15 años. Nos habla animosa de que el final se acerca, de lo bien que lo han pasado, ella asegura que la lluvia no le va a estropear la llegada. Se marcha con su hija y me quedo comiendome mi bocadillo. En eso que miro al mostrador y la parte de abajo está llena de pintadas, personas que ponen frases de ánimo para los que pasan, dibujitos de peregrinos, muestras de cariño para los que saben que vienen detrás.
Una mezcla de todo, lo oído, lo leído, lo hablado o el bocata, el caso es que me pongo en pie con una fortaleza nueva y una sonrisa que me veo capaz de comerme el mundo. Recupero el paso de soldado, grandes zancadas con estas largas piernas que tengo y le digo a mi marido:
A por Santiago ¡
Señales en el camino, go¡ : vamos ¡ |
y comienza la belleza del camino
Fijaos en el enorme hongo que hay en el árbol |
En estos últimos kilómetros se va viendo ropa dejada en los laterales del camino en un intento de aligerar el peso que se lleva a las espaldas, sabiendo que Santiago está cerca y faltando fuerzas se queda la ropa en los laterales. Hay un lema en los albergues y en el camino: Deja lo que no necesites y coje lo que te haga falta"
El camino pasa al lado del aeropuerto. En la alambrada, los peregrinos en su paso dejan su señal,con trozos de palo entrelazados en la reja se hacen cruces. Durante toda la valla se ven estos símbolos
La visión del Monte Do Gozo aparece con su gran escultura, su visión es una gran alegría, ya queda muy muy poquito
Desde allí se ve todo Santiago, pero no quiero ni asomarme, es muy tentador sentarse allí arriba, disfrutar de las vistas y tomarse un refresco, pero son ya 11 horas andando y pienso que si me siento no voy a poder seguir. Una palmera de chocolate en el quiosco y a comersela andando despacio, empezando a ver la ciudad
La primera vez que se ve la Catedral un escalofrío te recorre
Los Mecano entrando en Santiago |
para llegar a contemplar la increible Catedral de Santiago de Compostela, que aparece grandiosa después de 130 kilómetros andados en cinco días
Lo que me apetecía en este momento era tirarme al suelo, en medio de la Plaza del obradoiro y contemplar la Catedral que siento un poquito mía, y así lo hago, con esta cara de felicidad absoluta
Y esta es mi historia,
esta es la experiencia que he vivido junto con mi marido,
su apoyo me ha dado fuerzas en todos estos días, sin sus consejos y sus ánimos no lo hubiera conseguido, y ya empezamos a pensar en hacerlo de nuevo, pero desde León
su apoyo me ha dado fuerzas en todos estos días, sin sus consejos y sus ánimos no lo hubiera conseguido, y ya empezamos a pensar en hacerlo de nuevo, pero desde León
Si estás leyendo esto es porque piensas vivir tu camino, y si mis palabras y fotografías te han animado a hacerlo, seria una gran satisfacción para mi.
Buen camino ¡